Comercio

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Por Manuel Belgrano, publicado el 25 de agosto de 1810 en el Correo de Comercio.

El amor a la patria y nuestras obligaciones exigen de nosotros que dirijamos nuestros cuidados y erogaciones a los objetos importantes de la agricultura e industria, por medio del comercio interno, para enriquecerse, enriqueciendo la patria, porque mal puede esta salir del estado de miseria si no se da valor a los objetos de cambio y, por consiguiente, los trabajadores, lejos de hallar utilidades, no solo ven sus capitales perdidos, sino aun el jornal que les corresponde.

Sólo el comercio interior es capaz de proporcionar ese valor a los predichos objetos, aumentando los capitales, y con ellos el fondo de la nación, porque buscando y facilitando los medios de darles consumo los mantiene en un precio ventajoso, así para el creador, digámoslo así, como para el consumidor, de que resulta el aumento de los trabajos útiles, enseguida la abundancia, la comodidad y la población como una consecuencia forzosa.

En los medios que busca y facilita el comercio interno halla los suyos para progresar, tales son el alivio de los impuestos, los buenos caminos, la navegación de los ríos, la apertura de canales, la facilidad de los transportes, sea por tierra, o por agua, mejorando la carretería, y construyendo barcos adecuados para evitar las varaduras, donde no alcancen estos dos últimos medios, arbitrar el que la arriería sea abundante, quitando cuanto mal uso y costumbre hay para sacarle el jugo y lejos de fomentarla, arruinarla, según diremos sucede en Jujuy cuando hablemos en particular de cada punto de los que dejamos citados.

Sabemos muy bien que no es dado ejecutar esto a un solo individuo, comerciante, labrador o artista, y que ninguno está obligado a erogar todos sus caudales con este fin; pero también es cierto que están obligados, y aun su conveniencia misma le exige que se desprenda cada uno de parte de ellos para conseguir ventajas reduplicadas, y procurar por este medio el fomento y prosperidad de sus hermanos.

Pero por desgracia inconcebible no solo no vemos darse un paso de esta clase por los particulares, ni tratar de reunirse a objeto tan ventajoso, sino que también observamos que los mismos propietarios tratan de poner trabas, y las ponen a sus conciudadanos, hasta prohibirles que se aprovechen de los puertos, causándoles extorsiones y perjuicios en las conducciones y acarreos de sus frutos, dando así golpes mortales al comercio interno.

¿No es un dolor que hasta para esto haya de verse precisado el gobierno a tomar la mano? ¿No escandaliza que un poseedor de terrenos inmensos, los más de ellos abandonados, prive a sus conciudadanos de una porción de tierra a las orillas de un río navegable, para que traigan sus ganados en pie para matarlos, cuando por este medio ahorrarían los gastos inmensos de conducciones en unos países de tan pocos arbitrios? Esto como otros muchos que en tiempo manifestaremos son otros tantos males que sufre el comercio interno, y prueban además el abandono con que lo hemos mirado.

Muchos los atribuyen a defecto de providencias del gobierno, cuando no hay quien se los represente, ni manifieste, acaso por ejercitar, a la vez, otras tantas arbitrariedades en perjuicio del comercio interno, y directa o indirectamente tiran a la destrucción de sus conciudadanos, llevando la idea del monopolio devastador, que solo tiene su origen en el egoísmo más refinado.

Si cada uno de los que conocemos y experimentamos estos males hiciera un poco de su parte, o hubieran hecho los que nos han precedido, no podríamos calificar el abandono con que se ha mirado el comercio interior; ni la necesidad que tiene de medios para hacerlo progresar y con él nuestra población y riquezas reales del virreinato.

Hemos apuntado ya los principales; pero nos ocurre un medio que nos parece esencialísimo para que progrese el giro interno bajo fundamentos sólidos en cuanto la prudencia humana lo permite; en términos de que por grados pueda conducírselo como al niño, hasta que llegue el caso de que se le quiten los andadores y pueda de suyo caminar ahorrando atenciones.

Generalmente, en todos los pueblos se forman reuniones, juntas, etc., en que contribuyen sus individuos para los objetos que se proponen, y a las veces con generosidad que suele pasar a una profusión de que casi siempre pocos o ninguno pueden decir que han sacado ventajas.

Esas reuniones que parecen dirigidas por un espíritu público se podrían encaminar con el objeto principal de dar valor a las producciones del territorio y a las manufacturas de la industria, cualesquiera que sean, uniéndose los vecinos de una jurisdicción para hallar en sí mismos los recursos para proteger al labrador, al fabricante, y abrirse los caminos de conducirlos al mejor mercado, libertando así a esas clases útiles de que se abandonen por no encontrar la recompensa de su trabajo, y adquirir al mismo tiempo el provecho que tal vez se arrastran los aventureros.

Para esto nos parece que bastaría que los vecinos hicieran confianza de algunos sujetos honrados, que nunca faltan en los pueblos, en quienes poner parte de sus caudales con la idea de establecer almacenes para depositar los frutos y efectos de los que los quisiesen entregar para venderse o de los que se los vendiesen; y con la mira también de hacer anticipaciones a las personas ocupadas, o para que continuasen, o no malbaratasen los productos de sus trabajos; así tendríamos que los vecinos se daban la mano unos a otros, y mutuamente conseguían utilidades, sin que en ningún caso pudiesen decaer los valores de los frutos y efectos que se debieran a la agricultura e industria de la respectiva jurisdicción.

Acaso este pensamiento excitará el desprecio de los que nunca han meditado que una de las primeras obligaciones del hombre en sociedad es prevenir la miseria de sus conciudadanos, y que el mejor modo de prevenirla es proporcionarles que toquen la utilidad de sus respectivos trabajos para que sean provechosos al Estado, bajo todas consideraciones; pero ese desprecio no ha sido capaz de arredrarnos para proponer nuestra idea, que no dudamos sea de la aprobación de los amantes de la patria, que conocen nuestra situación, y saben cuán diferentes son sus circunstancias de las de los países viejos.

Otro medio ventajosísimo sería el establecimiento de ferias, al menos dos veces en el año, con arreglo al número de vecinos de los pueblos, y sus jurisdicciones correspondientes, concediendo todas las franquicias que sean posibles.

No se puede dudar de las ventajas de este auxilio al comercio interno, aun cuando alguna vez no se hayan visto rápidamente, en los tiempos en que nuestro comercio marítimo estaba estancado, y necesitaba un hombre emplear el sudor de un año para cubrir con alguna decencia sus carnes, quedando con el dolor de ver a sus hijos en la miseria y desnudez.

Variaron esos tiempos de infelicidad, por las disposiciones de nuestro gobierno y, por consiguiente, las manufacturas europeas pueden correr por el reino sin tantos recargos, y en cambio, por medio de las ferias, dar valor a las producciones de nuestro suelo, y hacer entrar al giro marítimo muchos artículos utilísimos que están abandonados y que engrandecerán nuestro comercio interior.

Puestos en ejecución los medios apuntados nos conducirán a otros igualmente benéficos, con los cuales el tráfico interno ha de progresar, y como la base fundamental que lo ha de constituir ha de ser el producto de la agricultura y de la industria adquiriendo este el valor que interese a los trabajadores, los veremos conseguir sus capitales, tomar amor al trabajo, y proporcionarse una propiedad que hasta ahora han mirado con indiferencia, no por la abundancia como vulgarmente se dice, sino porque sus sudores solo les han traído pérdidas, que de necesidad los habían de impeler al abandono de toda ocupación.

Con tales comodidades será una consecuencia forzosa el matrimonio y no se desviarán de él por no tener cómo pagar los derechos a los párrocos, como más de una vez lo hemos oído expresar a algunos de ellos mismos, lamentándose de verse en necesidad de exigirlos porque de otro modo no tendrían cómo mantenerse, ni menos atender a las pensiones de cuartas y demás que les están señaladas.

Seguirá a ese paso tan útil, por todos respetos, así morales como físicos a la sociedad, el progreso de la población de que tanto necesitamos para el aumento y prosperidad del Estado, respecto a que ella traerá consigo las riquezas reales y positivas, con las que nos veremos más libres de ocurrir a otras partes para satisfacer nuestras necesidades, y será nuestra nación más independiente de lo que ha sido, y es hasta aquí de otras, para proveer de manufacturas a sus provincias de la España americana.

Hagamos, pues, olvidar el abandono con que se ha mirado el comercio interior, empeñándonos en franquearle los medios que se dejan propuestos, u otros que se juzguen más a propósito, en la firme persuasión de que nuestro gobierno está propenso a promover por todos los medios y modos la felicidad pública de nuestro territorio.

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