¿Cuál es el Estado del siglo XXI?
Por Lisandro Lícari, concejal del Partido Solidario Cosquín
La crisis gestada por las políticas públicas del gobierno de Mauricio Macri y ahora la crisis derivada de la pandemia del COVID-19 han puesto al descubierto errores del modelo económico neoliberal. Nos enfrentamos a un panorama sombrío que combina desempleo, recesión, restricción financiera, endeudamiento y degradación medioambiental. La magnitud de los desafíos es difícil de dimensionar pero quizás sea una buena oportunidad para pensar qué tipo de sociedad queremos y para preguntarnos ¿estamos creando una economía que nos ayude a realizar estas aspiraciones?
El liberalismo económico se preocupa sólo por el crecimiento. Aspectos como el nivel de desarrollo humano, la igualdad entre las personas, la protección del medioambiente o la felicidad de los pueblos están totalmente ajenos de sus planteos. Esto genera fuertes contradicciones éticas: personas extremadamente ricas conviviendo con personas extremadamente pobres; enormes ganancias económicas a expensas de la destrucción del planeta; empresas prósperas con trabajadores explotados.
La desregulación no generó más empleos de calidad sino más precarización. No mejoró la competencia empresarial sino que dio luz verde a la formación de monopolios y oligopolios con consumidores cautivos.
Implicó eliminar las normas que exigen procesos de producción responsables con el medioambiente. Significó abrir paso al libre funcionamiento de los mercados financieros. Otorgó más “oportunidades” a las grandes fortunas para evadir el pago de impuestos.
Producto del fracaso de estas políticas hoy nos enfrentamos a por lo menos seis retos económicos. El primero es la desigualdad, que desde 1970 no para de crecer y lo hace a una velocidad cada vez mayor. El segundo es la desocupación. La capacidad productiva mundial está infrautilizada y de ella la más graves es la de recursos humanos. El reto más importante, naturalmente, es el que plantea el calentamiento climático. Los recursos medioambientales son escasos y se tratan como si fuesen gratis, generando una distorsión en los precios de toda la economía mundial. El cuarto desafío es el que se suele denominar “enigma industrial”. De una economía agraria pasamos a una economía industrial ¿marchamos a una economía de servicios? El quinto reto son los desequilibrios globales. Una parte del mundo está viviendo muy por encima de sus posibilidades; la otra produce mucho más de lo que consume. El último desafío es la estabilidad financiera global.
Frente a este escenario el gran tema de la economía mundial del siglo XXI es cuál debe ser el papel del Estado para volver a regular al conjunto de la sociedad en aras de encontrar los equilibrios que permitan un crecimiento con equidad. El Estado puede intervenir en la oferta y en la demanda para alcanzar el pleno empleo. Puede sancionar leyes que impidan la formación de monopolios y oligopolios. Puede gravar con mayor justicia los frutos del progreso económico. Puede exigirle al sector financiero invertir en innovación científica e industrial. Puede generar los estímulos para el desarrollo de emprendimientos productivos. Puede frenar el desequilibrio medioambiental. Para ello debemos pensar cuál es el Estado que necesitamos, porque cuando predicamos el retorno del Estado no estamos hablando del Estado del siglo XX, sencillamente porque el mundo cambió y el Estado también debe hacerlo.